Hacía ya más de un año, concretamente desde el 31 de diciembre de 2018, que no escribía. Mejor dicho, que no publicaba ninguna entrada, ya que en instagram (@diego_tl_10) sí he continuado publicando, aunque bien es cierto que eran poemas o frases, dejando de lado la redacción que hoy he decidido retomar gracias, desafortunadamente, a Kobe Bryant, mi gran referente del baloncesto junto a Pau Gasol.
El 26 de enero de 2020 será recordado como un día trágico, un día triste. El día en el que el baloncesto, el deporte en general se vistió de luto por la fatídica muerte de Kobe Bryant sobre las 9:45 en Calabasas, California, debido a un accidente aéreo en el que también falleció su hija Gianna, de trece años, Ara Zobayan, piloto del helicóptero, Alyssa Altobelli, compañera de Gianna, y sus padres Keri y John, además de Christina Mauser, entrenadora en la academia de Bryant, y Sarah y Payton Chester, madre e hija.
Sin duda, ha sido una noticia devastadora, de esas que pasan las horas y aún son difíciles de creer, difíciles de asimilar, imposibles de olvidar. Son nueve pérdidas irreparables, nueve almas que se han desprendido de su cuerpo más pronto de lo que debían, sobre todo las pequeñas niñas que no llegaban aún a la adolescencia. Pero personalmente, la que más me ha marcado, por su significado, es la de Kobe, la de aquel niño cuyo sueño era emular los logros de Michael Jordan.

El 23 de agosto de 1978 nació en Philadelphia Kobe Bean Bryant, hijo de Joe Bryant, ex-jugador de baloncesto, quien le inculcó los conocimientos y valores necesarios para que se interesase por el baloncesto a la edad de seis años. Esto fue sobre 1984, año de las primeras finales Celtics-Lakers entre Bird y Magic, y también fue el año en el que Jordan sería escogido el tercero en el Draft. Kobe tenía buenas referencias en las que inspirarse… y vaya si lo hizo.
Kobe ganó todo lo que podía ganar, y perdió todo lo que podía perder. Pero se levantaba siempre una vez más de las que caía. Ese es Kobe Bryant, el hombre de las mil y una caídas que se levantó mil dos. Así era la filosofía de vida de «La Mamba». Esta era la «Mamba mentality».
Era ambicioso como tan solo Jordan ha podido ser. Era un campeón con mayúsculas como pocos en la historia. Luchaba todo y se jugaba el pellejo en cada acción, en cada jugada, en cada partido. No entendía de imposibles. No sabía lo que eran las limitaciones. Si su cuerpo no le permitía saltar y machacar a una mano, se adaptaba y conseguía ser más productivo haciendo una bandeja. Si tenía la mano derecha destrozada descansaba y no entren… ah no, disculpad. Si tenía la mano derecha rota, lanzaba con la mano izquierda, y si el partido empezaba a las seis, él llegaba a las cuatro para practicar.

La mentalidad de la Mamba es no rendirse jamás. Vivir la vida al máximo, disfrutando, divirtiéndose, vivir en su significado más puro. El de Philadelphia vivió más que nadie. Vivirá más que nadie. Porque no solo ha dejado un legado envidiable en lo deportivo (MVP, anillos, oros olímpicos…), también ha creado una nueva filosofía: «Mamba mentality». O quizás una nueva religión, pues es profeta de un gran número de valores que nosotros, los seguidores de su leyenda, debemos seguir practicando y difundiendo. Hacer una especie de evangelio sobre lo que este sobrehumano profesaba allá por donde iba. Estas ideas no eran otras que las ya mencionadas: lucha, ambición, competición, fe en uno mismo, rendirse no es una opción. Estas ideas son perfectamente aplicables a la vida en sí. La Mamba trasciende al baloncesto. Su figura es más que unas cuantas canastas sobre la bocina o cinco anillos de la NBA. Su silueta es un modelo de vida, es un ejemplo a seguir para todos los seres humanos. Es una bombona de oxígeno para aquellos que creen que todo está perdido, pues nada es imposible si se lucha con esfuerzo y perseverancia. Si no que se lo digan al mismo Kobe, que ha sufrido decenas de lesiones en sus veinte años en los Lakers, y aguantó como nadie para retirarse por todo lo alto anotando 60 puntos en su último partido como jugador profesional.

Amabas a tu «Dear Basketball», ganando un Óscar al plasmar en un corto tu pasión por este deporte. Este deporte ama, y mucho, a su querido Kobe Bryant. Ese jugador al que tanto debo. Ese ídolo que con sus canastas y su actitud consiguió que me aficionase al baloncesto. Eres el último Kobe Bryant. Solo hay uno, un único Kobe Bryant. Como tú dijiste, algo así como «No soy el sucesor de Jordan. Soy el primer Kobe Bryant». Amén.
En una entrevista te preguntaron cómo querrías ser recordado, y respondiste esto: «Como un jugador que trabaja duro. Una persona que cree que todo es posible. Si lo puedes imaginar, entonces lo puedes hacer. Creo que eso es la cosa más importante: la imaginación. Si piensas que es posible, entonces es posible». Por supuesto que serás recordado así. Esto es Kobe Bryant. Una persona que imaginó que sería campeón de la NBA en su equipo favorito y lo hizo posible. Una persona que vivía cada momento, que aprovechaba al máximo cada día de su vida a sabiendas de que el último podía llegar repentinamente y sin avisar. Esa persona que tenía el éxito como objetivo final, pero que cumplía a rajatabla las premisas de trabajo, constancia, esfuerzo y confianza para llegar a ello.

Dejaste muchas frases míticas. Una que se corresponde a tu persona es la siguiente: «Los héroes van y vienen, pero las leyendas son para siempre». Eres para siempre Kobe. Porque, como ya he dicho, no eres una persona, sino un icono, un emblema, una filosofía de la mismísima vida que tanto ha inspirado a jóvenes como yo y que, a través de nosotros, te harán eterno, como estabas predestinado desde que soñaste serlo. Porque alegas a Calderón con «la vida es sueño», y tú soñaste al máximo. Ahora tienes que descansar allá donde estés y observar cómo tu legado se vuelve inmortal.
Llevaste el número 8, que tumbado es infinito, como tu sombra. También el 24, como 24 son las horas del día, esas horas en las que cada segundo seré fiel a la «Mamba mentality», puesto que caeré un millón de veces, estoy seguro, pero gracias a ti, «Dear Kobe», me levantaré un millón y una.

Te echo de menos. Gracias Kobe.