El caparazón de la tortuga

Qué ganas de no tener ganas de lunes

by Diego, la tortuga sin caparazón | 27 Abr 2020 | Sin categoría | 0 comments

Tercer artículo que escribo en un mes, aproximadamente. Es toda una proeza. Quizás sea por esta cuarentena que nos mantiene confinados en casa y me obliga a hacerle algo más de caso al blog. No obstante, este es más bien un mensaje, una especie de carta, o algo así, dirigida a todos aquellos que lo leáis y, como he hecho yo, reflexionéis acerca de esta nueva experiencia que nos ha regalado la vida.

John Lennon escribió, junto a su mujer Yoko Ono, alrededor de 1971 la canción Imagine, la que es, sin duda, una de las canciones más importantes del artista y del mundo en general. Para mi mensaje epistolar me he inspirado en esta obra de arte:

«Imagina», dijo el Gran Maestro de Liverpool. Imagina un mundo sin paraíso, sin infierno, tan solo con el cielo. Así empezaba esta canción. Pese a que estemos hartos, en general, de estar en casa, tarde o temprano saldremos y podremos volver a esa rutina que echamos de menos, que nos hace falta. Yo os pido que imaginéis que estáis apagando el despertador a las seis de la mañana porque ya es lunes y hay que ir a estudiar o a trabajar. Imaginad que estáis en la cocina haciéndoos ese Nesquik (preferible al Cola Cao, dónde va a parar) o ese café sin el que muchas personas no se comportan como tal hasta ingerir ese chute de cafeína. Ahora vais al baño a asearos. Os laváis los dientes y os peináis, algunos mejor que otros, y vais a vuestra habitación a vestiros para empezar el día oficialmente.

Ya habéis salido de casa, son las siete y media de la mañana más o menos. Imaginad que ya habéis cogido el metro o el autobús, pasáis el abono transporte, os sentáis en el primer hueco que haya, que es lo más parecido a encontrar una aguja en un pajar,y os ponéis los cascos para escuchar esa playlist de raeggetón para activaros de cara a toda la semana que queda por delante. Si vais en coche es algo distinto. Conectáis el bluetooth del coche y a aguantar el atasco lo mejor posible.

Ahora imaginad que ya habéis bajado del bus, del metro o del coche, algunos, incluso,  iréis en bici o andando, pero el caso es que ya estáis en vuestra clase, en vuestra oficina o en vuestro almacén. Tenéis todos esa cara de asco típica de un lunes, excepto los del café, que están a tope. Los que estáis en clase habéis dejado de escuchar al profesor a los quince minutos de comenzar la clase, bastante habéis aguantado. La Revolución Industrial no entra muy bien a primera hora. Mientras tanto, los de la oficina intentáis concentraros, pero jugar con el boli es más interesante que hacer cálculos y escribir fórmulas en una tabla Excel. Los del almacén queréis que llegue ya vuestro descanso de quince minutos para dejar de coger mercancía pesada por un rato.

Por fin llega ese descanso. Son las once y media de la mañana. Los que fumáis no dejáis pasar la oportunidad y os encendéis un cigarro que disfrutáis casi tanto como el otro que está comiéndose un bocadillo de lomo. Los de clase estáis deseando que acabe, pues cuanto antes empiece la siguiente asignatura, antes os iréis a casa.

Llegó la hora de imaginar ese precioso momento, inolvidable y satisfactorio, en el que llega la hora de irse a casa, de volver a ese precioso habitáculo que abandonasteis cuando el sol no había despertado. Pero ahí estáis, los de clase en la mesa disfrutando de esa comida sorpresa que no siempre os gusta. Y cuando termináis vais a vuestra habitación, a ese espacio que consideráis vuestro tesoro, y que os hace adoptar un comportamiento similar al de Gollum contra quien ose interponerse entre él y vosotros.

Los trabajadores tenéis que echarle más imaginación, pues vuestro horario de trabajo no acaba hasta las cuatro de la tarde. Pero bueno, imaginad ya habéis terminado y estáis en casita tumbados en el sofá disfrutando de la televisión.

Lo importante es que lo peor del peor día de la semana ha pasado, y tenéis toda la tarde por delante para disfrutar del ocio. Algunos tendréis academia de inglés, o de cualquier otro idioma que os interese. Otros imaginad que estáis yendo al polideportivo a practicar el deporte al que, a principios de septiembre, decidisteis apuntaros con más fines atléticos que otra cosa, pero que tras varios meses compartiendo pista, campo o cancha con vuestros compañeros, los fines atléticos han pasado a ser fines sociales. Así que, estáis entrenando, desfogándoos de la dura mañana que habéis tenido, y el tiempo se evapora por el sudor, el cansancio y por la diversión del momento. Aunque puede que otros seáis más de gimnasio. Ese sitio al que acudes solo normalmente o quizá con algún amigo, para no sufrir en soledad para variar. Donde, entre pesas y dominadas unas cuantas fotos para Instagram no hacen ningún daño. Y no nos engañemos, que también están esas miraditas que le echáis a ese monitor o monitora que se nota que hace ejercicio. No os la quita nadie. Pero mejor esto a lo que hacéis algunos: quedarse en casa vagueando, pero ahí no entro porque los lunes no me puedo permitir hacer eso, por mucha imaginación que tenga. Aunque otros lo hacéis porque estáis cansadísimos, algo comprensible.

Pero después de una hora y media dándole duro se acabó y toca ir a casa. Una vez allí, imaginad que estáis en la ducha que tan bien sienta después de haber hecho deporte. Estáis exhaustos y solo podéis disfrutar de cada gota de agua que cae de la alcachofa a vuestras cabezas. Os secáis al salir y os peináis como mejor se puede ese cabello empapado (los calvos lo tenéis más fácil). Os echáis desodorante y os ponéis el pijama. Por cierto, ¿hay algo más cómodo que el pijama?

Y llega el mejor momento: cuando termináis de cenar y subís a vuestra habitación, os tumbáis en la cama y os recorre un placer inmenso por el cuerpo que también se conoce como estar en una nube. Y finalmente cerráis los ojos. Se acabó el lunes, ese odioso lunes que volveremos a vivir, y que ahora deseamos vivir. Aunque todos sabemos que cuando llegue, lo odiaremos como lo amamos.

Odi et amo. -Ovidio-.